miércoles, 4 de diciembre de 2013

La luz al final del túnel medieval






Tomás explica a Aristóteles

Superado el periodo de oscurantismo medieval y pasada la barrera psicológica del año 1000, Europa occidental se vio bañada por la cálida luz de una leve prosperidad. Se produjeron algunos progresos en agricultura (aperos y métodos de cultivo, optimización de los molinos de agua) que tuvieron repercusión en la mejora de las condiciones materiales de la vida diaria. Por primera vez en siglos, la población experimentó un crecimiento.
La demanda de educación, que por entonces era un servicio monopolizado por la iglesia, también creció; y sobre todo desde la propia institución eclesial, que necesitaba más clérigos para satisfacerla. Aparecieron por entonces como gran novedad las primeras escuelas no asociadas a monasterios, que poco a poco se unieron a nivel local para fundar las primeras universidades, formadas por enseñantes y alumnos según el modelo de los oficios gremiales (“universitas” = asociación de personas que persiguen un fin común)
En realidad el conocimiento ya había empezado a despertar del prolongado letargo medieval en el siglo X cuando comenzaron a entrar en los reinos cristianos de Europa nuevas traducciones de los textos clásicos, que habían estado ausentes durante todos esos años. La ciencia antigua se desperezaba por fin y recibía este nuevo caudal de saber a través de dos vías:
  1. La vía árabe: traducciones procedentes de Al-Ándalus, normalmente realizadas en Toledo. Así llegó el “Almagesto” de Claudio Ptolomeo, el “Elementos” de Euclides y sobre todo los comentarios de Avicena (980-1037) y Averroes (1126-1198) a la filosofía natural de Aristóteles (384-322 a.C.).
  2. La vía griega: traducciones del griego al latín realizadas en Sicilia y el sur de Italia (nunca se dejó de hablar el griego en esta zona) de escritos procedentes de Constantinopla, dónde la cuarta cruzada había terminado con el establecimiento del imperio latino (1204-1261).
El redescubrimiento de Aristóteles
Tras el colapso del imperio romano de occidente la visión cosmológica del mundo en Europa era la de la ciencia antigua y estaba dominada por las ideas platónicas (Timeo), mientras que la obra de Aristóteles se conocía solo parcialmente a través de algunos de sus tratados de lógica.
Pero cuando empezaron a llegar estas nuevas traducciones y se pudo apreciar la amplitud, la diversidad y el calado del corpus aristotélico, el panorama de la enseñanza sufrió un vuelco completo. Incluso las matemáticas y la astronomía, que tradicionalmente habían sido el centro de interés educativo, quedaron en solo unas décadas relegadas al campo de la astrología medicinal y el calendario religioso, ya que se puso todo el énfasis del currículum universitario en la recién descubierta filosofía natural de Aristóteles.
Las primeras universidades arrancaron su andadura con un sistema educativo de base común aristotélica, recibida como herencia del mundo antiguo a través de traducciones al latín desde el griego y el árabe.  Era un ámbito culto, en el que nadie se preguntaba ya si la Tierra era plana o redonda y tanto el ambiente educativo como la actitud de profesores y alumnos era de apertura al nuevo conocimiento. Además existía una gran movilidad geográfica que se veía favorecida por el uso de un único lenguaje común (el latín); algo importantísimo que en nuestros días ya no tenemos.
Los problemas de conciliación entre ciencia y escrituras
Sin embargo y a pesar de esta relativa libertad de pensamiento y de planteamiento, existía un grave problema de fondo que no tardó en hacerse patente. En realidad se trataba de un viejo problema que había permanecido larvado desde la victoria del cristianismo como culto oficial del imperio romano (Edicto de Milán 313 d.C.) y la consecuente exclusión de la mayor parte de la ciencia pagana.
El conocimiento aristotélico era un vendaval de aire fresco; una cantidad ingente de nuevo material de gran calidad que aportaba mejores explicaciones en todos los campos de las ciencias naturales. Pero algunos de sus postulados chocaban frontalmente con la teología cristiana, de base “neoplatonista” y muy influenciada por la gigantesca figura de los padres de la iglesia, especialmente de Agustín de Hipona (354-430 d.C.).
El sistema de pensamiento religioso no podía aceptar dentro de sus fundamentos un nuevo conocimiento que contradecía sus dogmas en puntos tan importantes como los siguientes:
  1. Identificaba la idea de dios con la idea de universo, lo que se veía como panteísmo
  2. Proponía un cosmos eterno que excluía a la creación bíblica
  3. Concebía la deidad como un “primer motor” que no intervenía directamente en el universo; una postura racionalista que excluía los milagros
  4. Negaba la inmortalidad personal, por lo que destruía el dogma de la existencia del alma independiente del cuerpo, y por tanto ponía en tela de juicio toda la escatología cristiana.
La solución: Alberto Magno y Tomás de Aquino
Como primera y drástica solución, una asamblea de obispos se reunió en París en 1210 y prohibió tajantemente la enseñanza de la filosofía natural de Aristóteles. París era la universidad puntera a principios del siglo XIII y allí tanto alumnos como profesores se dejaban fascinar por el corpus aristotélico en sus lecturas privadas, pero después del veto eclesial solo algunos se atrevían a comentarlo públicamente en sus clases.
Entre estos valientes se encontraban Alberto Magno (1206-1280) y su discípulo Tomás de Aquino (1224-1274), que conscientes de la necesidad imperiosa de incorporar a Aristóteles dentro del saber cristiano, elaboraron una estrategia de aproximación selectiva no exenta de dificultades, pero fructífera al final. Su planteamiento establecía la superioridad absoluta de las escrituras, pero dejaba abierta la posibilidad de aceptar todo el conocimiento aristotélico que no las contradijera. La clave es la siguiente: En caso de conflicto, manda la Biblia.
Tomás de Aquino en particular se ve hoy como el responsable máximo del éxito, el hombre que llevó este enfoque a sus últimas consecuencias y que incluso se atrevió a explicar y disculpar las equivocaciones de Aristóteles:
  1. El supuesto panteísmo aristotélico era un error pueril que la teología cristiana de base ya descarta. Es evidente que Dios es una cosa y su creación otra.
  2. La idea de un cosmos eterno es absurda desde el punto de vista filosófico, sin necesidad de recurrir a la teología. Todo lo que es, ha tenido un principio.
  3. Dios emplea métodos naturales para sus intervenciones, lo cuál las hace aparecer como racionales.
  4. El concepto de alma correcto es el platónico, sancionado por Agustín de Hipona: alma individual e inmortal, separable del cuerpo.
El empuje del buey Aquino
Se cuenta que en la universidad de París, Tomás de Aquino era apodado “El Buey” por su corpulencia, y que su maestro Alberto dijo en cierta ocasión:
“¡Un buey, si! Pero algún día el mundo se estremecerá con su bramido.”
Con una actitud no exenta de riesgo, Alberto y Tomás se empeñaron en la tarea de cristianizar a Aristóteles. Y lo hicieron de forma sincera, desde su fe y sin incurrir en ningún momento en posturas racionalistas.
Tomás de Aquino en particular, siempre se vio a sí mismo como un teólogo y parece que sentía incluso un cierto desprecio por los filósofos que, para él, eran sobre todo paganos. Su batalla principal no era encajar a Aristóteles dentro del cristianismo, sino demostrar que no era una amenaza para el saber bíblico; que por muy mal que se pusieran las cosas la ciencia siempre sería la esclava y la fe la señora. Su postura en ciertos aspectos era mucho más radical que la del mismo Agustín de Hipona y no se conformaba con varear a los herejes para que entraran en razón católica, como proponía el africano, sino que abogaba por matarlos directamente, hecho que algunos dicen hoy que pudo servir a la inquisición como justificación moral para sus atrocidades posteriores.
Aun así, muchos pensaron en su tiempo que Tomás de Aquino y Alberto Magno habían ido demasiado lejos con su obsesión por el aristotelismo. Cuando Tomás murió en 1274 su figura se encontraba en franco descrédito, sus tesis rechazadas y, de haber seguido vivo, su propia integridad personal podría haber estado en potencial peligro inquisitorial. En 1277 se desató una lucha de poder entre franciscanos y dominicos que terminó con una gran reacción en contra de su obra y la publicación de una lista de 219 proposiciones aristotélicas inadmisibles para los cristianos y prohibidas en la universidad de París.
Sin embargo la semilla del corpus aristotélico estaba plantada y el tronco que de ella creció tenía tal solidez y había permeado las bases del conocimiento hasta tal extremo que el simple paso del tiempo hizo que volviera a resurgir imparable en las aulas, a partir quizás de esas nunca interrumpidas lecturas y enseñanzas en privado.
En 1323 las cosas habían cambiado tanto que el papa Juan XXII (Jacques Dueze 1249-1334), obviando incluso que no había evidencias de milagros en su vida, elevó al bueno de Aquino a la santidad. Alberto Magno y Tomás de Aquino habían ganado así la batalla académica con carácter póstumo y la obra del estagirita sería durante los próximos siglos la base de cualquier esfuerzo intelectual serio en cualquier materia, desde la física hasta el derecho.
Tomás de Aquino seguramente disfrutaría desde su nuevo lugar en los altares y sentiría la satisfacción del deber cumplido al oír a los profesores de universidad jurar:
“Enseñaré el sistema de Aristóteles excepto en aquellos casos en los que es contrario a la fe”.
Su destino post mortem no dejó de mejorar con el tiempo y en 1567 se le otorgó el título de doctor de la iglesia “Doctor Angélicus” y “Doctor Communis”, siendo no solo el doctor eclesiástico más laureado de la historia, sino el patrón de todas las escuelas católicas del mundo y el pilar fundamental su teología hasta prácticamente ayer. Alberto Magno, cuyos méritos no palidecían ante los de Tomás, tuvo que esperar hasta 1931 para ser también canonizado y laureado como doctor en una misma ceremonia y sólo gracias a la continua presión del estado alemán.
Fin de la edad oscura en el cristianismo y estancamiento en el islam
Y de esta forma quiso el destino que las intenciones iniciales, claramente proselitistas, de Tomás de Aquino, al mismo tiempo hombre viajado de vasta instrucción y fraile dominico partidario de matar al hereje, abrieran la puerta a la razón en la enseñanza universitaria. Se consolidó así un proceso lento y gradual de aproximación y estructuración del conocimiento al que ahora conocemos como escolástica, y por el que la razón se fue imponiendo inadvertidamente al dogma, hasta que la antigua esclava (ciencia) se independizó por fin de su señora (fe). A partir de ese momento sus progresos fueron exponenciales.
Quiso también el destino que casi al tiempo que la razón arraigaba en el Occidente cristiano se desdibujara en la cultura islámica. El teólogo que tuvo una influencia definitiva en este sentido fue Al Ghazali (1058-1111) que en un movimiento contrario al de Aquino, se empeñó en avisar seriamente de que la obsesión de algunos sabios islámicos con el racionalismo griego llevaba a conclusiones incompatibles con la fe, dejando sentada la perniciosa noción de que todo lo que no contribuyera a aumentarla no era bueno. Avicena se había convertido en un mal ejemplo para todos los musulmanes. Averroes iba por el mismo camino.

Hoy la filosofía natural de Aristóteles está superada y su cosmología y su física son encantadoras teorías arcaicas, con cuya formulación muchos se deleitan al ver expresada la proporcionalidad entre fuerza y velocidad; algo por cierto que Aristóteles nunca hizo de forma explícita. Pero hoy también somos capaces de apreciar la enormidad de su trabajo científico, que no tuvo parangón durante más de 1500 años y la valía del paso al frente de Alberto, Tomás, Siger de Brabante (1240-1285) y todos los que consiguieron que Aristóteles fuera aceptado como parte del saber oficial cristiano en la difícil edad oscura

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