El proyecto cartesiano y sus dos primeros supuestos
El proyecto cartesiano de
unificación y fundamentación metafísica del saber parte de dos supuestos
fundamentales:
1 Las diversas ciencias son
partes de un conjunto que podríamos llamar la sabiduría humana o conocimiento
humano. Las diversas ciencias
(mates, física, medicina) son pues manifestaciones de un saber único.
2. Esta concepción unitaria del
saber procede de otra convicción anterior: la
razón es única, se aplique al objeto que se aplique. La razón que distingue
lo verdadero de lo falso es la misma en
todos los seres humanos y funciona del mismo modo cuando se aplica a la
filosofía o a las matemáticas.
Modos de conocimiento de la razón: intuición y deducción
La razón a la que alude el
filósofo conoce según dos modos distintos y complementarios, la intuición y la deducción.
La intuición es una especie de
“luz natural” por medio de la cual captamos de manera inmediata y sin
posibilidad alguna de duda o error, ideas simples, absolutamente verdaderas,
porque son evidentes de por sí. Estas ideas simples son las ideas claras y distintas, a las que
también denomina naturalezas simples. A partir de las naturalezas simples o
ideas claras y distintas se desarrolla todo el conocimiento gracias al segundo
modo de conocer, la deducción. La deducción es “toda inferencia necesaria a
partir de otros hechos conocidos con certeza”.
Como se ve, la inspiración
cartesiana es claramente matemática pues considerará que la forma de proceder
de los geómetras posee las características necesarias para hacer avanzar el
conocimiento en filosofía.
“Esas largas cadenas de razones,
todas simples y fáciles, de las que los geómetras tienen la costumbre de
servirse, para llegar a sus más difíciles demostraciones, me habían dado la
ocasión de imaginar que todas las cosas, que pueden caer bajo el conocimiento
de los hombres, se siguen unas a otras en la misma manera, y que, solamente con
tal de abstenerse de admitir alguna como verdadera sin que lo sea y guardar
siempre el orden necesario para deducir las unas de las otras, no puede
haberlas tan alejadas a las que finalmente no se llegue, ni tan escondidas que
no se descubran. (Discurso del Método.II).
Efectivamente, el filósofo
racionalista considera que esta certeza de las matemáticas se ha alcanzado
gracias a su modo de proceder: a partir de principios evidentes o axiomas la
razón va mostrando otras proposiciones más complejas y oscuras mediante cadenas
trabadas deductivamente. A estas proposiciones se les da el nombre de teoremas,
y llegamos a su verdad mediante el acto de la razón que denomina deducción.
Tercer supuesto: la unidad de método
Además, si aceptamos los dos
supuestos anteriores, a saber, que la razón es única y el saber también, no hay
ningún inconveniente en admitir un tercero: el de la unidad de método. Así, es necesario que la filosofía siga este
mismo estilo argumentativo: partiendo de la intuición de verdades absolutamente
evidentes, deducir el resto de verdades que la mente no ve con inmediatez que
son ciertas. De igual modo que la verdad matemática, la verdad filosófica sólo
será alcanzable si renunciamos al engaño de nuestros sentidos, si prescindimos
de lo sensible y recurrimos a lo inteligible: sólo el entendimiento es capaz de
alcanzar la verdad.
“En fin, despiertos o dormidos no
debemos dejarnos persuadir nunca si no es por la evidencia de la razón. Y
adviértase que digo de la razón, no de la imaginación o de los sentidos”. (Discurso del Método., IV)
El método Cartesiano
Teniendo muy presentes los
supuestos anteriores, Descartes procede a elaborar su método, que define como: “…entiendo por método reglas
ciertas y fáciles, mediante las cuales
el que las observe exactamente no tomará nunca nada falso por verdadero, y, no
empleando inútilmente ningún esfuerzo de la mente; sino aumentando siempre
gradualmente su ciencia, llegará al
conocimiento verdadero de todo aquello que es capaz”. (Reglas para la dirección del espíritu)
Como es conocido, las reglas que
formula Descartes son las siguientes:
●
Evidencia: Es la primera y más importante de las
reglas del método. Consiste en aceptar como verdadero sólo aquello que se
presente con “claridad y distinción”,
es decir, con evidencia. Es el ejercicio de la intuición.
●
El análisis (“resolución”): es el método de
investigación consistente en dividir cada una de las dificultades que
encontramos en tantas partes como se pueda hasta llegar a los elementos más
simples, elementos cuya verdad es posible establecer mediante un acto de
intuición.
●
Síntesis o método de la composición: consiste en
proceder con orden en nuestros pensamientos, pasando desde los objetos más
simples y fáciles de conocer hasta el conocimiento de los más complejos y
oscuros. Recomienda comenzar por los primeros principios o proposiciones más
simples percibidas intuitivamente (a las que se llega mediante el análisis) y
proceder a deducir de una manera ordenada otras proposiciones, asegurándonos de
no omitir ningún paso y de que cada nueva proposición se siga realmente de la
precedente.
●
Enumeración: Consiste en revisar cuidadosamente
cada uno de los pasos de los que consta nuestra investigación hasta estar
seguros de no omitir nada y de no haber cometido ningún error en la deducción.
Los dos procesos del
conocimiento, el análisis y la síntesis, se corresponden respectivamente con
los dos modos de conocer del entendimiento a los que antes nos hemos referido:
la intuición, que nos proporciona las ideas claras y distintas, y por tanto evidentes,
y la deducción, que nos permite ampliar esta evidencia hasta lo inicialmente
desconocido.
Duda metódica:
El primer problema que se le
plantea es cómo encontrar las verdades absolutamente ciertas sobre las cuales
no sea posible dudar en absoluto, que
permitan fundamentar el edificio del conocimiento verdadero con absoluta
garantía. El primer momento de este proceso de búsqueda del conocimiento
verdadero y de su método consiste en la llamada duda metódica que supone
revisar todo lo que creemos y rechazar
todo aquello de lo que inicialmente sea posible dudar.
Descartes nos propone tres
motivos para dudar:
1. Poca fiabilidad de los sentidos: Si a veces los sentidos nos engañan,
¿qué seguridad tenemos, entonces, de que no nos engañan siempre? El conocimiento
ofrecido por los sentidos no es absolutamente verdadero.
2. La dificultad para distinguir la vigilia del sueño: En ocasiones
tenemos sueños tan reales que los tomamos por efectivamente reales y solo al
despertar nos damos cuenta que eran sueños. Si el motivo anterior nos hacía
dudar de que las cosas fueran como las percibimos, este nuevo motivo nos
permite dudar incluso de la existencia de las cosas mismas.
3. Hipótesis del genio maligno engañador. El tercer
motivo de la duda es aún más radical y extremo, tanto que el propio filósofo le
llama “duda hiperbólica”. Consiste en
suponer que no hay un verdadero Dios fuente de toda verdad sino cierto genio
maligno, que pone todo su interés en engañarme. Este tercer motivo de duda
afecta a las verdades matemáticas mismas ya que éstas tampoco resisten la duda
generada por esta hipótesis.
En cualquier caso, los rasgos básicos de la duda metódica
son los siguientes:
Es metódica y no escéptica: con ello se quiere decir que no hay que
confundirla con las dudas del escepticismo como movimiento filosófico. Incluso,
en su época había en Francia escépticos que creían imposible el conocimiento.
Sin embargo Descartes emplea la duda precisamente para superar este
escepticismo y tiene como objetivo encontrar una proposición que resista
absolutamente cualquier duda imaginable. Además, la duda es una consecuencia de
la primera regla del método: debo admitir como verdadero sólo aquello que no
ofrezca duda, que se presente ante mi mente con absoluta claridad y distinción y
por lo tanto con evidencia.
Es universal: pone en cuestión absolutamente todos los
conocimientos, tanto los de sentido común y los basados en la percepción como
los que tienen su origen en la investigación científica, incluida la propia
matemática. El único tipo de creencias que no cuestiona expresamente es el
relativo a las verdades religiosas: cuestiona la legitimidad de los sentidos y
de la razón pero no trata explícitamente de la legitimidad de la fe y la
revelación.
La duda propiamente no descubre verdades nuevas, verdades en las
que no creyese al principio, antes de usar la duda metódica; antes de la duda
creía en la veracidad de la matemática, de los sentidos, creía en la existencia
de Dios, en la existencia del alma y de su inmortalidad; después de la duda
cree también en estas proposiciones. ¿Qué ha ganado? Ha ganado evidencia. Antes
creía en esos temas sin tener propiamente conocimiento.
Es teorética, no práctica: pone en cuestión los conocimientos y
tiene como objetivo encontrar un conocimiento firme, pero no debe extenderse a
la vida práctica, a la conducta. En la vida práctica es inevitable seguir
opiniones que son solamente probables.
Descartes propone en la tercera
parte del Discurso una serie de normas morales que han de seguirse mientras la inteligencia
esté sumida en la duda. Las reduce a cuatro reglas:
1. Ajustarse a las leyes y
costumbres del país.
2. Actuar con resolución, aunque
las acciones no sean correctas.
3. Practicar el autodominio para
aceptar el destino o los hechos y acontecimientos
.
.
4. Emplear toda la vida en el
cultivo de la razón.
Primera verdad:
La duda metódica no lleva a
Descartes al escepticismo como hemos dicho. Por el contrario, será de la duda
radical, precisamente, de donde extraerá la primera certeza absoluta: la existencia
del sujeto que piensa, verdad que expresa en su célebre formulación: “Pienso,
luego existo”.
El cogito (“cogito ergo sum”) es
la primera verdad en el orden del conocimiento en dos sentidos: por una parte
porque es la primera verdad a la que llegamos cuando hacemos uso de la duda
metódica, y en segundo lugar porque a partir de ella podemos fundamentar todas
las demás. Viene a ser el axioma básico a partir del cual desarrollar toda la
filosofía como un sistema de conocimiento absolutamente fundamentado.
Es conveniente tener presente las
siguientes aclaraciones:
Aunque el filósofo francés
presenta este conocimiento en forma inferencial (“luego…”) no hay que creer que
llega a esta verdad a partir de una argumentación o demostración. El “cogito,
ergo sum” es una intuición, es decir, una evidencia intuitiva, un acto mental
que capta una realidad (idea) con claridad y distinción. Descartes entiende por
intuición “un concepto de la mente pura y atenta, tan fácil y distinto que no
queda duda ninguna sobre lo que pensamos” además si fuese el resultado de una
demostración no sería la primera verdad.
Una idea es clara cuando está
presente y manifiesta a una mente atenta. Si sólo aceptásemos como verdadero
aquello que se presenta con claridad, nunca nos equivocaríamos. Distinta es
aquella idea que aparece en mi consciencia bien delimitada en sus contornos,
sin mezclar con ninguna otra.
Por otra parte, es preciso tener
cuidado con la palabra “pienso” que
para Descartes tiene un significado muy
genérico y viene a ser sinónima de acto mental, o vivencia o estado mental o
contenido psíquico. Todo acto mental como tal presenta la característica de ser
indudable, ninguno de ellos puede ser falso, aunque lo sea su contenido. Por
tanto igual valdría decir “recuerdo, luego existo”, “imagino, luego existo”,
“deseo, luego existo”, “sufro, luego existo”, que decir “pienso luego existo”.
Criterio de verdad:
Pero el cogito es algo más que la
primera verdad: es también el modelo o prototipo de toda futura verdad. O lo que es lo mismo,
con el cogito descubre la primera verdad y también el criterio general de
certeza. En la proposición “pienso, luego existo” no hay nada que asegure su
verdad excepto que se ve con claridad que para pensar es necesario existir. Por
eso podemos tomar como regla general que “las cosas que concebimos más claras y
más distintamente son todas verdaderas”.
Teoría de las ideas
De todos modos este “criterio de
verdad” no tiene total garantía hasta que no se demuestra la existencia de Dios
y su bondad. Hasta ahora nuestro autor solo ha demostrado la existencia del
sujeto pensante, pero no de los cuerpos, ni tampoco de Dios. Esto es lo que se
propone a continuación. Este proceso debe concluir con la demostración de la
existencia de la realidad extramental partiendo exclusivamente de la existencia
del pensamiento.
Si para Platón las Ideas eran
realidades inmediatamente conocidas por el alma racional gracias a la luz que
brillaba en ellas procedente de la Idea del Bien, para Descartes las ideas son
representaciones (contenidos) mentales. Así que el hecho de tener una idea no
significa nada más que estamos seguros de tener una idea, pero no de que lo que
esa idea representa exista.
Para dar respuesta a este difícil
problema nuestro filósofo recurre al análisis de la naturaleza de las ideas, ya
que lo único que podemos afirmar hasta ahora es que el pensamiento piensa
ideas.
En primer lugar, distingue en
ellas un doble aspecto: en cuanto
que son actos de pensamiento, por ejemplo desear, recordar, temer, etc, y en
cuanto que son imágenes que representan algo: cuando deseo, deseo algo, cuando
recuerdo, recuerdo algo, etc. A este segundo aspecto el filósofo lo denomina
“realidad objetiva de las ideas”.
En segundo lugar distingue tres tipos de ideas:
●
Adventicias:
Son las ideas que parecen provenir del exterior y son la causa de la percepción
sensible. De existir el mundo, algo que todavía no ha demostrado, serían copias
más o menos fieles de la realidad alojadas en la mente (las sensaciones,
imágenes) que han sido obtenidas a través de la percepción del mundo.
●
Facticias:
Aquellas ideas producto de nuestra imaginación. Las construye la mente a partir
de otras ideas. Ejemplo el ser mítico Pegaso.
●
Innatas:
son aquellas que poseemos antes de cualquier experiencia o contacto con el
mundo. De alguna forma nacemos con una lógica básica que nos permite aprender y
conocer el universo y a Dios. Brotan de manera natural, espontánea e inmediata
de nuestro pensamiento, ideas cuya existencia corresponde a nuestra naturaleza.
Ejemplos de ideas innatas son el pensamiento, la existencia, la idea de
infinito, etc. que son conocidas por una percepción inmediata de la intuición.
Demostración de la existencia de Dios
Las argumentaciones que
desarrolla Descartes para demostrar la existencia de Dios son de las más
farragosas y difíciles de entender para aquellas personas que no estén
familiarizadas, con lo que el propio autor, denomina “los términos de la
escuela”. Básicamente todas menos una (argumento ontológico) siguen el mismo
esquema. En las Meditaciones Metafísicas parte de la idea de Infinito como acto
mental y concluye que debe haber una realidad objetiva de esa idea que sea la
causa proporcionada de que yo la tenga. En resumidas cuentas, si yo poseo la
idea de infinito y no soy infinito, debe haber algo infinito (realidad
objetiva) que es la causa de que yo la
tenga (acto mental).
En la parte cuarta del Discurso
del Método recurre a una argumentación similar apoyada ahora en la idea de
perfección: tras demostrar que la idea de perfección no ha sido producida por
mí porque yo no soy perfecto concluye dos cosas:
1.
debe haber sido producida por una naturaleza
perfecta que es la realidad objetiva del acto mental que yo poseo. (Argumento
gnoseológico)
2.
ya que yo no soy perfecto, debo haber sido
creado por alguien que es, además de la realidad objetiva de la idea de
perfección que hay en mí, también la
causa de mi ser compuesto. (Argumento cosmológico)
Con las argumentaciones
anteriores se llega a la conclusión de que la naturaleza de Dios incluye todas las
perfecciones de las que yo carezco y que, por tanto, este ser debe existir. Si
no existiera no sería tan perfecto, ya que le faltaría la existencia. Este es
el conocido argumento ontológico. En lo esencial, este argumento mantiene que
concebir a Dios es casi la misma cosa que concebir que existe ya que en la idea
de Dios está concebida su existencia, del mismo modo que en la en la idea de
triángulo está el que la suma de los tres ángulos internos sea igual a dos
rectos.
“…mientras que, volviendo a examinar
la idea que yo tenía de un ser perfecto, encontraba que la existencia estaba
comprendida en ella, del mismo modo que está en la del triángulo que sus tres
lados sean iguales a dos rectos, o en la de una esfera que todas sus partes son
igualmente distantes de su centro, o aún más evidentemente; y que, por
consiguiente, es por lo menos tan cierto que Dios, que es ese ser perfecto, es
o existe, como cualquier demostración de la geometría lo pueda ser”. (Discurso del Método, IV)
Dios garante de criterio de verdad
Una vez demostrada la existencia
de Dios y reconocida su naturaleza como la suma de todas las perfecciones,
puede afirmarse su bondad y veracidad, y proceder a rechazar la hipótesis del
genio maligno engañador. La veracidad divina garantiza que no me engaño al
pensar que son verdaderas aquellas proposiciones que concibo clara y
distintamente.
Demostración de la existencia de la sustancia extensa
Una vez que contamos con un
criterio y que éste está garantizado por Dios, lo que de hecho significa que la
sustancia infinita garantiza la capacidad de la razón humana para encontrar la
verdad, siempre que utilice el método racional adecuadamente, el filósofo puede
abordar la existencia de las realidades corpóreas. Está fuera de toda duda que
yo poseo ideas sobre realidades exteriores a mi pensamiento. No es probable que
mi pensamiento sea la causa de ellas, ni tampoco que Dios pretenda engañarme
poniendo en mi tales ideas como provenientes de las cosas. Por tanto deben
existir las realidades materiales, o cuerpos que producen en mí dichas ideas.
Ahora bien, el criterio de claridad y distinción no me garantiza nada más que
aquellas cualidades objetivas de los cuerpos como son su extensión, movimiento,
figura, situación, duración o número, pero no aquellas cualidades secundarias o
subjetivas como son el sabor, o el olor.
¿Qué función asigna, entonces, a
las cualidades secundarias o sensaciones subjetivas? ¿Qué utilidad tienen
nuestros sentidos? Para el filósofo poseen una función estrictamente utilitaria
para la vida, pero no tienen nada que ver con la búsqueda de la verdad. Las sensaciones nos enseñan lo que nos
conviene y lo que nos perjudica (el fuego quema, el agua calma la sed), pero no
nos enseñan nada sobre la verdad de las cosas, ya que este cometido es exclusivo
de la razón y no tiene nada que ver con los sentidos.
¿Y qué ocurre cuando nos
equivocamos? Si nos equivocamos, el error no será atribuible,obviamente, a Dios,
ni tampoco a nuestra razón, ya que ésta, bien dirigida, llegará a la verdad, sino
a nuestros juicios precipitados sobre la realidad. No es cierto que nuestros
sentidos nos proporcionen información falsa sobre la realidad, nos engañamos nosotros al interpretar
erróneamente, ya sea por precipitación ya sea por prevención, los datos que nos
proporcionan.
En definitiva, los sentidos ni
nos engañan ni nos enseñan nada sobre la verdad. Es necesaria la razón para
captar la estructura inteligible de la realidad de un modo muy parecido a como
afirmara Galileo.
Estructura de la realidad: las tres sustancias
El concepto de substancia es el
pilar fundamental de la metafísica Cartesiana. De acuerdo como entiende el racionalismo y el propio
Descartes el concepto de substancia (aquello que no necesita de otra cosa para
existir) sólo Dios podría ser considerado
substancia porque el resto de los seres le necesitan para existir. Sin embargo
Descartes distingue tres substancias:
Dios o la substancia infinita o divina, la substancia pensante (res cogitans) y
la substancia extensa (res extensa). Ahora bien, lo que percibimos no son las
substancias como tales, sino atributos de sustancias. Un atributo es aquello
por lo cual una substancia se distingue de otra y es pensada por sí misma. Los
atributos dependen de la substancia y son inmutables. El atributo esencial constituye
la naturaleza de una substancia. Cada substancia tiene un atributo esencial:
pensamiento (res cogitans), perfección (Dios), extensión (res extensa). Los
atributos esenciales se identifican con la substancia. Todas las demás
propiedades son modificaciones de este rasgo esencial (la figura y el
movimiento en el caso de los cuerpos, los diferentes modos de pensar como la
imaginación, el sentimiento y la voluntad en el caso de las mentes).
El pensamiento cartesiano se
incluye en el contexto mecanicista: admisión exclusiva de la cantidad, el
número, el movimiento local. Se excluye cualquier otro tipo de fuerzas que no
sean las mecánicas, es decir, las productoras del movimiento, así como se niega
la finalidad. Descartes aplica el mecanicismo a la vida de los vegetales y
animales, a los que considera como meros autómatas sin conciencia A ello se ve
abocado por su estricta separación entre la res cogitans y la res extensa. De
modo que, en el caso del hombre no se da unión substancial, porque los atributos
de las dos substancias que lo componen son distintos entre sí. El hombre no es
una substancia compuesta de otras dos incompletas, sino completas. Al
tratarse de dos substancias separadas,
el cuerpo no es más que una máquina acoplada y guiada por el espíritu, que guarda la misma relación con el cuerpo
que la que existe entre piloto y nave.
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