jueves, 6 de febrero de 2014

Modelo de comentario de Descartes.

TEXTO DESCARTES

« Así, a causa de que nuestros sentidos nos engañan algunas veces, quise suponer que no había ninguna cosa que fuera como las imágenes que ellos nos transmiten de esa cosa. Y como hay hombres que se equivocan al razonar, incluso en cuanto a las cuestiones más simples de la geometría y cometen en ellas razonamientos falsos, juzgando que yo estaba expuesto a equivocarme como cualquier otro, rechacé como falsas todas las razones que había tomado antes por demostradas. En fin, considerando que todos los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos nos pueden venir también cuando dormimos, sin que haya ninguno que, por tanto, sea verdadero, resolví fingir que todas las percepciones que hasta entonces habían entrado en mi mente no eran más verdaderas que las ilusiones de mis sueños. Pero enseguida me di cuenta de que, mientras quería pensar así que todo era falso, era necesario que yo, que lo pensaba, fuese algo. Y notando que esta verdad pienso luego existo era tan firme y tan segura que hasta las más extravagantes suposiciones de los escépticos no eran capaces de hacer tambalear, juzgué que la podía recibir sin escrúpulo como el primer principio de la filosofía que buscaba»
R. DESCARTES, Discurso del método, IV




a) tema o problema abordado en el texto
              
El texto recoge el momento en que la reflexión cartesiana, tras la duda, llega al descubrimiento de una primera verdad: ‘pienso, luego existo’, tan firme y segura, que no duda en poner como el primer principio de su filosofía.

b) Exposición de las ideas principales

1.      A causa de los engaños que a veces originan los sentidos, supuse que ninguna cosa es como nos la muestran
2.      A causa de de los errores de los hombres al razonar, supuse que podía considerar falsas todas las razones que antes tomaba por demostradas
3.      A causa de que los pensamientos que tenemos despiertos pueden darse también en el sueño, supuse que todas las percepciones que había entrado en mi mente no eran más verdaderas que las ilusiones de mis sueños.
4.      Estando en estas dudas sobre la verdad de mis conocimientos, caí en la cuenta de que era necesario que yo que pensaba así, fuese algo.
5.      Notando que esta verdad ‘pienso, luego existo’ es tan firme que supera toda duda, juzgué que podía tomarla como el principio de la filosofía que buscaba.

c) Relación entre las ideas

               Las tres primeras ideas del texto representan otros tantos actos del pensamiento, en la terminología cartesiana. Cada uno de ellos es condición suficiente y necesaria para realizar otro acto que se sigue necesariamente: suponer —lo que en Descartes equivale a un modo del pensamiento.
Así pues, si cada acto del pensamiento que tiene lugar en mi entendimiento con claridad me lleva necesariamente a suponer, a pensar, entonces resulta algo indubitable y revestido de la misma claridad y distinción: que  pienso y, al pensar, existo como pensamiento. Esta cuarta idea es la conclusión a que le llevan las tres ideas anteriores. Y que, al considerarla atentamente, está convencido de poder afirmar en la quinta idea que puede erigirla en punto de partida incontrovertible de toda su filosofía.

d) explicación de las ideas

               El texto recoge el momento en que la reflexión cartesiana alumbra la primera verdad absolutamente cierta que anhela como base sólida para la realización de su proyecto filosófico: la unificación de las ciencias en una ciencia universal, según la imagen del árbol con la que compara su proyecto: «toda filosofía es como un árbol, cuyas raíces son la metafísica, el tronco es la física y las ramas... todas las demás ciencias,... que pueden reducirse a tres principales: la medicina, la mecánica y la moral».
               Encontrará esta verdad en la propia razón, pero ello requiere una tarea previa. Someterá al juicio de la razón todas sus ideas y creencias, y desechará toda verdad que ofrezca la más mínima sombra de duda. Es ésta una duda puramente metodológica, un recurso intelectual para alcanzar la más radical certeza. No es que Descartes no tuviera motivos para confiar en algunas verdades, pero sólo dudando inicialmente de todos sus conocimientos, podrá después alcanzar la certeza absoluta.
               La primera instancia sobre la que lleva su duda es los conocimientos que se originan en nuestros sentidos. Los sentidos producen conocimientos engañosos, falaces, que nos inducen a error. Aunque es improbable que esto ocurra siempre, Descartes busca una certeza absoluta e improbabilidad no es igual necesidad. Es preciso que nuestra primera verdad sea necesaria, no sólo probable. Así pues, como es posible dudar de los sentidos, rechaza su testimonio.
               El segundo motivo de duda lo pone Descartes en la existencia misma de las cosas que percibimos por los sentidos. Que el testimonio de los sentidos sea engañoso nos permite dudar que las cosas sean como las percibimos, pero no nos permite dudar que existan las cosas que percibimos. Ahora Descartes aporta una razón más radical para dudar: no siempre podemos distinguir nuestros estados de vigilia de nuestros estados de ensoñación. Con frecuencia en nuestros sueños aparecen objetos y vivencias de absoluta viveza, pero al despertar comprobamos que no tienen existencia real. La pregunta es: ¿cómo alcanzar certeza absoluta de la realidad del mundo que percibimos? Como antes se dijo es improbable que la existencia de las cosas sea irreal, pero improbabilidad  no equivale a certeza absoluta. Esta segunda fuente de nuestros conocimientos es rechazada también.
               Una tercera instancia sobre la que Descartes lleva su duda es ciertas verdades de nuestra razón, como las matemáticas. Estas verdades parecen no verse afectadas por la imposibilidad de distinguir la vigilia del sueño. La suma de los ángulos internos de un triángulo vale 180º (en la geometría de Euclides). Pero, en una muestra más radical aún del carácter metodológico de la duda, Descartes supone la existencia de un genio maligno, «de extremado poder e inteligencia que pone todo su empeño en inducirme a error» (Meditaciones, I) Es lo mismo que decir, tal vez mi entendimiento es de tal naturaleza que, siempre que piensa haber captado la verdad, se equivoca necesariamente.

               La primera verdad

               Siéndole imposible aceptar como absolutamente ciertas ninguna de las fuentes de verdad tradicionales, cae durante un tiempo  en el escepticismo: tal vez no sea posible una verdad absolutamente cierta. Pero Descartes acaba por encontrar una verdad a la que no afecta de ningún modo la duda —momento que recoge el texto—. Puedo dudar de la veracidad del conocimiento de los objetos que me aportan mis sentidos, puedo dudar de la existencia de los propios objetos y de que sean como yo los pienso, pero algo escapa a toda duda, que dudo, que pienso. He aquí una primera verdad indubitable: «Advertí enseguida que aun queriendo pensar que todo es falso, era necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa. Y al advertir que esta verdad —pienso, luego soy— era tan firme y segura... podía aceptarla sin escrúpulos como el primer principio de la filosofía que buscaba». He aquí la base de la filosofía de Descartes y, por extensión, de toda la filosofía moderna: la indubitabilidad de la existencia del pensamiento como actividad; el pensar es lo cierto y seguro, es lo indudable. Es el principio firme del que surgen todas las cosas, la condición de su posibilidad. Pensar y ser coinciden.
              
               Criterio de toda verdad

               Pero, ¿cuál es la garantía de la total coincidencia entre pensar y ser? La evidencia: «En la proposición ‘pienso, luego existo’, lo único que me asegura que digo la verdad es que veo muy claramente (evidentemente) que para pensar es necesario ser»[1].
               Al considerar esta proposición, primera verdad del sistema cartesiano, la presencia del “luego” nos induce a pensar que estamos ante un razonamiento, nada más lejos. No es esta una deducción sino una intuición, un conocimiento directo e inmediato que garantiza la certeza absoluta. Un conocimiento con tal claridad y distinción que se decide a aceptarlo como criterio de certeza y, en adelante, a aceptar todo lo que perciba con la misma evidencia.
—Descartes define evidencia como el ‘modo de conocer’ con claridad y distinción lo que puede estar presente ante el espíritu (mente). Claro, por su parte, es algo que se presenta al espíritu de tal modo que basta contemplarlo para que sea conocido sin sombra de duda. Distinto es aquello que capto de tal modo que lo puedo diferenciar con precisión de cualquier otra cosa. Distinción implica claridad, pero no viceversa.
Este criterio de verdad elimina anteriores modelos tales como la autoridad, la tradición, la experiencia misma, situando a la razón como instancia y garantía última de verdad.




[1] Discurso, parte 4ª

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